Hola a todo aquel que este interesado a leer.
En este blog publicaré todo eso que quiera, todo eso que me apetezca... aunque no tenga sentido, aunque sea irracional...
Mis historias, mis poemas, mis reflexiones, mis dudas, mis miedos... lo que me gusta y lo que odio... publicaré lo que más quiera sin importar que palabras uso o que llegue a pensar la gente.
Si estás conmigo, sé bienvenido a este rincón, el rincón de una indignada.

domingo, 13 de abril de 2025

Soy madre, no exagerada: lo que nadie dice sobre la ansiedad postparto y los límites invisibles

 Holi, 

Necesito con urgencia hablar de algo. Sin tapujos. Desahogarme. Soltar lo que empieza a doler en el fondo del pecho. 

Y es que desde que nació mi hija, siento que se abrió una parte de mí que no conocía. Una parte brutalmente sensible, profundamente amorosa… y ferozmente protectora. Es como si todo mi cuerpo, mi mente y mi alma se hubieran reconfigurado para estar atenta a ella. Para sostenerla, cuidarla y protegerla incluso de lo que parece inofensivo. No hablo de paranoia. Hablo de esa ansiedad invisible que se activa cuando siento que algo o alguien puede acercarse demasiado a mi bebé. Hablo de ese nudo en el pecho que se forma cuando imagino que otra persona la coge, la besa, la arrulla... y yo no estoy.

Y sin embargo, el mundo no está hecho para madres que sienten tanto. En cuanto dices que algo te incomoda, que no te gusta que ciertas personas carguen a tu bebé, que no quieres que se la lleven a casas ajenas, que prefieres que no la besen… enseguida eres “la exagerada”, “la loca”, “la desconfiada”, “la posesiva”. Pero no es desconfianza irracional. No es “locura hormonal”. Es una necesidad visceral de proteger. Es el instinto hablando fuerte y claro, aunque el resto del mundo te diga que exageras.

Soy madre. Una madre atravesada por el amor, por el miedo, por la vulnerabilidad, por la necesidad de hacer las cosas a mi ritmo y con quienes me inspiran confianza de verdad.

A veces, esa incomodidad tiene nombre y apellido. En mi caso, la familia de mi pareja. Sé que quieren a mi hija. No tengo dudas. Pero también sé que algo en mí se activa cuando imagino que la cogen sin que yo esté presente. Que la tratan como si fuera suya. Que se la quieren llevar para que “la disfruten” como si fuera una muñeca recién llegada a la familia. Y sí, sé que no lo hacen con maldad, pero eso no borra cómo me siento.

Y me siento incómoda, invadida, ansiosa, y en el fondo… amenazada. Porque aunque no lo digan, a veces el mensaje que transmiten es que yo debería agradecer que la quieran tanto. Que debería relajarme. Que debería dejar de hacerme tanto drama.

¿Pero sabés qué? No me voy a relajar. No voy a minimizar lo que siento. Porque si algo he aprendido en estos tres meses de ser madre, es que mis emociones son mi guía. Y si algo me aprieta el pecho, si algo me angustia, si algo me hace imaginar escenarios que no quiero vivir, entonces tengo el derecho de frenarlo. No porque sea dueña de mi hija, sino porque soy su madre. Y eso no es lo mismo.

Muchas veces se espera que una ceda, que sea “razonable”, que deje que todos se acerquen al bebé porque “es de todos”.

Pues no. Mi hija no es de todos. Y eso no me hace egoísta. Me hace madre. Y en este rincón, desde mi pequeña trinchera, quiero decir algo que no siempre se dice en voz alta: Tenemos derecho a decir no. A poner límites. A necesitar tiempo. A sentirnos incómodas. A proteger sin pedir perdón.

Ser madre no es compartir a tu hija con todo el mundo para quedar bien. Es poner el cuerpo, los horarios, los miedos y el alma. Es pasarte noches sin dormir, cólicos, lágrimas, dudas, culpas. Es estar ahí incluso cuando sientes que no puedes más. Y también es, sobre todo, poner límites aunque incomoden.

Este entrada no es solo una catarsis. Es un recordatorio para todas las que estamos en la misma. Para las que sienten culpa por proteger. Para las que dudan de sí mismas porque el entorno las hace sentir exageradas. Para las que quieren decir que no, pero temen quedar como las malas.

Desde este rincón, con el corazón en la mano y los nervios un poco enredados, te digo: No estás sola. No estás loca. No estás exagerando. Estás cuidando. Estás sintiendo. Estás amando.

Pero también tenemos derecho a pedir ayuda cuando la ansiedad nos desborda. A respirar profundo. A no ceder si no queremos. A hacerlo todo más lento. Y si estás leyendo esto y te sientes igual, no estás sola. No estás exagerando. No estás fallando. Estás sintiendo intensamente porque amás profundamente. Y eso, aunque a veces duela, también es fuerza.


Besos de una indignada, que tiene a su hija en brazos, que aguanta las lágrimas y tiene el corazón apretujado... pero aún así sigue.





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