Hola a todo aquel que este interesado a leer.
En este blog publicaré todo eso que quiera, todo eso que me apetezca... aunque no tenga sentido, aunque sea irracional...
Mis historias, mis poemas, mis reflexiones, mis dudas, mis miedos... lo que me gusta y lo que odio... publicaré lo que más quiera sin importar que palabras uso o que llegue a pensar la gente.
Si estás conmigo, sé bienvenido a este rincón, el rincón de una indignada.

viernes, 30 de mayo de 2025

No me da la vida. Literalmente.

Queridas y escasas (pero selectas) lectoras:

Sí, lo sé. He desaparecido más que los calcetines en la lavadora. Y no, no ha sido porque me haya fugado a una isla paradisiaca a tomar mojitos y filosofar sobre la vida. ¡Qué más quisiera una! La razón de mi ausencia es mucho más mundana, real, y ligeramente desesperante: NO. ME. DA. LA. VIDA.

¿Sabéis esa sensación de tener la cabeza como un Google Chrome con 53 pestañas abiertas, de las cuales 48 están sonando al mismo tiempo? Pues bienvenida a mi semana. Y mi mes. Y, básicamente, mi vida entera.

Entre entregar el último trabajo del semestre de la universidad, que, por cierto, parecía más una tesis de la NASA que un studio científico de final de semestre, volver al trabajo con cara de “todo bien” mientras me preguntan si dormí algo (JAJAJA, qué graciosos), la niña que está a punto de cumplir 5 meses y sigue creyendo que la noche es para hacer fiestas… y una pareja que también demanda atención humana, como si tuviera baterías para todos… simplemente, he implosionado.

He llegado a ese punto en que una ducha de 5 minutos sin interrupciones me parece un retiro espiritual. Y ni hablar de sentarme a escribir con calma. ¿Qué es la calma? ¿Se come?

Así que sí, este es un post de perdón y justificación, pero también de puro desahogo. No he muerto, no me he ido… simplemente me ha absorbido ese tornado cotidiano llamado “vida adulta con bebé, estudios, curro y pareja incluida”. Y todo esto intentando mantener cierta dignidad y sin convertirme del todo en un gremlin emocional.

Gracias por seguir ahí. Si es que alguien sigue. Y si no, pues me lo digo a mí misma: lo estás haciendo lo mejor que puedes, reina. Y eso ya es mucho.


Besos indignantes… de una madre, estudiante, pareja y mujer en modo supervivencia.





lunes, 21 de abril de 2025

Holi, soy un fraude!

A ver, que levante la mano quien no haya sentido alguna vez que está haciendo como que sabe lo que hace, esperando que nadie lo note. ¿Nadie? Exacto. Bienvenidas al club de las impostoras funcionales.

Lo mío ya roza lo artístico. Lo de fingir que controlo en el trabajo, en los estudios, en ser madre, en ser adulta, en mantener conversaciones con personas que dicen "planificar sinergias" sin echarse a llorar… Es un master que no me han dado, pero que estoy cursando cada día con matrícula de honor.

Porque claro, me dicen: “Qué bien lo haces, qué profesional, qué madre tan entregada, qué fuerte eres, qué crack”. Y yo solo pienso: si supieras que llevo tres días sobreviviendo a base de café y ansiedad, y que el 80% de lo que digo lo improviso con cara de saberlo de antes…

Lo más divertido del síndrome del impostor es que no importa lo que consigas. Te da igual si sacaste buena nota, si el proyecto salió perfecto, si tu criatura duerme dos horas seguidas... Tú te sigues sintiendo como si estuvieras colándosela a todo el mundo. Como si en cualquier momento fueran a venir los de Recursos Humanos de la vida a decirte: “Disculpa, te has colado, tú no deberías estar aquí”.

Y claro, una intenta hacerle frente. Respirar. Pensar que no es para tanto. Pero llega otra reunión, otro reto, otro lloro a las tres de la mañana, y ahí estás tú otra vez: sintiéndote como una niña con tacones, esperando no caerte en público.

Pero mira, te voy a decir algo, y me lo digo a mí también: si llevamos tanto tiempo fingiendo ser válidas y nadie lo ha notado… ¿no será que a lo mejor sí lo somos?

Tal vez no es que seamos impostoras.

Tal vez lo que somos es demasiado modestas para aceptar que lo estamos haciendo de puta madre, incluso cuando dudamos, incluso cuando temblamos, incluso cuando nos sentimos pequeñas.

Así que hoy, desde mi sillón de falsa adulta funcional, os digo: brindemos por todas las veces que creímos que no éramos suficientes… y aún así lo hicimos igual, y mejor.


Fraudes de todo el mundo, uníos. Nosotras sabemos la verdad. Y es que no tenemos ni idea…Pero aquí estamos.


Besis, de una indignada con carnet provisional de impostora.




lunes, 14 de abril de 2025

Esa foto que no quería encontrar

Holi,

Hoy me he encontrado con una foto que no buscaba. Una de esas que aparecen por casualidad, cuando abres un cajón, una carpeta vieja o un álbum olvidado. Y ahí estaba ella. Mi abuela. Con esa mirada apagada, el cuerpo desgastado, la piel distinta. Enferma. En su última etapa. Cuando el cáncer ya había hecho de las suyas.

No era así como la recuerdo. O mejor dicho, no es así como quiero recordarla. Porque para mí, mi abuela es otra imagen: la mujer que se reía fuerte, que se movía con energía, que me preparaba mi comida favorita sin que yo la pidiera. La que siempre olía a ropa limpia y colonia Nenuco. La que me defendía del mundo con una sola frase.

Pero esa foto... esa foto me ha hecho polvo.

Me ha dolido no solo por lo que muestra, sino por lo que ya no recuerdo. Porque he cerrado los ojos, he intentado con todas mis fuerzas traer su voz a mi mente… y no he podido. No me acuerdo de cómo sonaba. Y eso me duele más que cualquier imagen.

¿Cómo puede ser que la vida te arranque cosas así? ¿Cómo puede el tiempo hacer que olvides la voz de alguien que fue hogar, refugio, raíz?

Me siento enfadada. Con el cáncer, con la muerte, con el olvido, con el tiempo, con todo. Porque a veces lo único que quiero es una tarde más con ella. Escucharla llamarme por mi nombre. Sentir que sigue aquí, aunque sea un minuto. Aunque sea en un sueño.

Hoy me ha dolido mucho echarla de menos. Y sí, sé que está en mí, en lo que soy, en cómo cuido, en cómo hablo. Pero a veces eso no basta. A veces una solo quiere volver. Abrazar. Decir “te echo de menos” y que alguien responda “yo también”.


Está indignada con el corazón hecho un nudo y los ojos todavía mojados, hoy solo tiene besos para su abuela, su iaia, que no olvida.





domingo, 13 de abril de 2025

Soy madre, no exagerada: lo que nadie dice sobre la ansiedad postparto y los límites invisibles

 Holi, 

Necesito con urgencia hablar de algo. Sin tapujos. Desahogarme. Soltar lo que empieza a doler en el fondo del pecho. 

Y es que desde que nació mi hija, siento que se abrió una parte de mí que no conocía. Una parte brutalmente sensible, profundamente amorosa… y ferozmente protectora. Es como si todo mi cuerpo, mi mente y mi alma se hubieran reconfigurado para estar atenta a ella. Para sostenerla, cuidarla y protegerla incluso de lo que parece inofensivo. No hablo de paranoia. Hablo de esa ansiedad invisible que se activa cuando siento que algo o alguien puede acercarse demasiado a mi bebé. Hablo de ese nudo en el pecho que se forma cuando imagino que otra persona la coge, la besa, la arrulla... y yo no estoy.

Y sin embargo, el mundo no está hecho para madres que sienten tanto. En cuanto dices que algo te incomoda, que no te gusta que ciertas personas carguen a tu bebé, que no quieres que se la lleven a casas ajenas, que prefieres que no la besen… enseguida eres “la exagerada”, “la loca”, “la desconfiada”, “la posesiva”. Pero no es desconfianza irracional. No es “locura hormonal”. Es una necesidad visceral de proteger. Es el instinto hablando fuerte y claro, aunque el resto del mundo te diga que exageras.

Soy madre. Una madre atravesada por el amor, por el miedo, por la vulnerabilidad, por la necesidad de hacer las cosas a mi ritmo y con quienes me inspiran confianza de verdad.

A veces, esa incomodidad tiene nombre y apellido. En mi caso, la familia de mi pareja. Sé que quieren a mi hija. No tengo dudas. Pero también sé que algo en mí se activa cuando imagino que la cogen sin que yo esté presente. Que la tratan como si fuera suya. Que se la quieren llevar para que “la disfruten” como si fuera una muñeca recién llegada a la familia. Y sí, sé que no lo hacen con maldad, pero eso no borra cómo me siento.

Y me siento incómoda, invadida, ansiosa, y en el fondo… amenazada. Porque aunque no lo digan, a veces el mensaje que transmiten es que yo debería agradecer que la quieran tanto. Que debería relajarme. Que debería dejar de hacerme tanto drama.

¿Pero sabés qué? No me voy a relajar. No voy a minimizar lo que siento. Porque si algo he aprendido en estos tres meses de ser madre, es que mis emociones son mi guía. Y si algo me aprieta el pecho, si algo me angustia, si algo me hace imaginar escenarios que no quiero vivir, entonces tengo el derecho de frenarlo. No porque sea dueña de mi hija, sino porque soy su madre. Y eso no es lo mismo.

Muchas veces se espera que una ceda, que sea “razonable”, que deje que todos se acerquen al bebé porque “es de todos”.

Pues no. Mi hija no es de todos. Y eso no me hace egoísta. Me hace madre. Y en este rincón, desde mi pequeña trinchera, quiero decir algo que no siempre se dice en voz alta: Tenemos derecho a decir no. A poner límites. A necesitar tiempo. A sentirnos incómodas. A proteger sin pedir perdón.

Ser madre no es compartir a tu hija con todo el mundo para quedar bien. Es poner el cuerpo, los horarios, los miedos y el alma. Es pasarte noches sin dormir, cólicos, lágrimas, dudas, culpas. Es estar ahí incluso cuando sientes que no puedes más. Y también es, sobre todo, poner límites aunque incomoden.

Este entrada no es solo una catarsis. Es un recordatorio para todas las que estamos en la misma. Para las que sienten culpa por proteger. Para las que dudan de sí mismas porque el entorno las hace sentir exageradas. Para las que quieren decir que no, pero temen quedar como las malas.

Desde este rincón, con el corazón en la mano y los nervios un poco enredados, te digo: No estás sola. No estás loca. No estás exagerando. Estás cuidando. Estás sintiendo. Estás amando.

Pero también tenemos derecho a pedir ayuda cuando la ansiedad nos desborda. A respirar profundo. A no ceder si no queremos. A hacerlo todo más lento. Y si estás leyendo esto y te sientes igual, no estás sola. No estás exagerando. No estás fallando. Estás sintiendo intensamente porque amás profundamente. Y eso, aunque a veces duela, también es fuerza.


Besos de una indignada, que tiene a su hija en brazos, que aguanta las lágrimas y tiene el corazón apretujado... pero aún así sigue.





viernes, 4 de abril de 2025

Volver a trabajar cuando mi cuerpo está aquí pero mi cabeza sigue oliendo a bebé.

Holi,

Hoy escribo con un nudo en la garganta que ni el mejor masaje de espalda me podría quitar. Porque aunque oficialmente aún estoy de baja, la ansiedad de volver al trabajo ya me hace compañía todas las mañanas. Y las noches. Y cada vez que miro a mi bebé y me doy cuenta de que el tiempo pasa a una velocidad que no pedí.

Mi niña tiene tres meses. Le doy leche de fórmula, y aunque eso me da un poquito más de margen logístico, no me hace más fácil separarme de ella. Porque fórmula o teta, el apego, la necesidad de estar juntas, las miradas que lo dicen todo… todo eso no se mide en biberones.

Y mientras intento criar a mi pequeña con amor y un mínimo de orden, también estudio Psicología a distancia, porque nunca está de más entender por qué una a veces se siente tan al borde del colapso. Y cuando termine la baja, volveré también trabajar, ah! y aún estando en casa, gestiono las redes sociales del centro donde trabajo. Lo cual me encanta, ojo. Me gusta cuidar a los demás, hacer que se relajen, sentirse bien. Pero ahora mismo, la idea de volver a poner una sonrisa mientras por dentro estoy con la cabeza en casa, pensando si mi hija ha dormido, si se ha tirado un pedito, si me echa de menos… simplemente me rompe un poquito por dentro.

Y claro, todo el mundo dice lo mismo: “No te preocupes, ya verás cómo te vendrá bien, desconectas, haces algo por ti”. ¿Por mí? ¿De verdad? ¿Sentarme ocho horas sin saber cómo está mi hija es hacer algo por mí? ¿Tener que fingir normalidad mientras mi cuerpo sigue hormonal, cansado, y mi cabeza va por la semana 6 del posparto aunque estemos en la 12? No, no me suena a planazo, la verdad.

Encima, están los mensajes contradictorios: “No te exijas, lo de casa puede esperar, haz cosas por ti”. Pero cuando entra alguien en casa y ve el comedor convertido en un chiquipark, la cocina sin barrer y las pelusas saludando desde el pasillo, me clavan esa mirada de “pobre chica, se le ha ido de las manos”. ¿Y sabéis qué? ¡Pues sí! Se me ha ido de las manos. Porque tengo una bebé de tres meses, estudios, un trabajo esperando, y ni un minuto de paz mental.

No he vuelto aún, pero ya estoy viviendo el desgarro. El de tener que dejar a tu bebé cuando todavía te huele la piel a recién nacida. Cuando su respiración es lo único que te relaja, y su sonrisa te hace olvidar por un segundo el cansancio eterno. No estoy lista. Y no sé si lo estaré en dos semanas. O en dos meses o nunca.

Pero volveré, porque hay que hacerlo. Porque el mundo sigue, las facturas no se pagan solas, y porque también soy mujer, profesional y estudiante, aunque a veces me pierda un poquito entre tantas etiquetas.

Solo quería soltarlo. Porque sé que hay más madres que sienten esto, que lloran solo de pensarlo, que se sienten culpables aunque no deberían. Y si tú eres una de ellas: no estás sola.

Gracias por leerme.

Besos de fórmula, ojeras y amor desbordado.





jueves, 3 de abril de 2025

Cuando las visitas sorpresa son el horror absoluto.

 Holi, 

Como estamos? Me gusta ver cómo poco a poco la cosa parece que va animando, y eso me hace feliz. Así que también os animo, a que dejéis un comentario, una opinión... que vuestras indignaciones también sea parte del blog, y entre todas hagamos resurgir este lugar.

Pero bueno, vamos a empezar, y es que hoy no ha sido el mejor día de mi vida. Sabes eso días que quieres estar sola, comer helado, ver una peli y no salir de debajo de la manta? Pues tenía uno de esos días, pero como podéis imaginar no ha pasado nada de eso. 

Así que voy a empezar dejando un mensaje por aquí: Querida gente espontánea que cree que aparecer sin avisar es un acto de cariño: no lo es. 

Es una emboscada. Especialmente cuando acabas de tener un bebé, intentas estudiar porque la vida no te da para más, llevas un moño que desafía las leyes de la gravedad, unas zapatillas peludas dignas de una abuela de 90 años, y una bata que ha visto tiempos mejores. Pero, claro, ahí estás tú, concentrada en tus apuntes, cuando de repente… Ding dong.

Y tú piensas: Por favor, que sea Amazon. Que me lancen el paquete y se vayan. Pero no. Es esa tía de tu pareja que “pasaba por aquí” y ha decidido que lo mejor que podía hacer era interrumpir tu frágil intento de organización. Y tú, con tu instinto de supervivencia anulado por la falta de sueño, abres la puerta.

La escena es digna de una tragicomedia: Tú, con tu look de náufraga que se ha dado por vencida en la vida, la bebé, que hasta hace un segundo dormía como un angelito, ahora despierta y chillando como si hubieras activado una alarma, y tu pareja, que en lugar de ayudar, te suelta la pregunta estrella: “¿Te veo agobiada?”. No, cariño, estoy en mi estado natural de gracia celestial.

Y ahí estás tú, asintiendo y sonriendo con educación mientras la visita se acomoda en el sofá como si estuviera en su casa, preguntándote cosas irrelevantes mientras tú miras de reojo tus apuntes, sabiendo que ese trabajo de psicología no se va a hacer solo, y solo te quedan tres días para la fecha límite. Te preguntas en qué momento de la vida pasaste de ser una persona con control de su tiempo a convertirte en anfitriona involuntaria de eventos sorpresa.

La visita, por supuesto, no capta ninguna indirecta. Tú bostezas, miras el reloj, sueltas frases tipo “qué tarde se ha hecho” y “la niña necesita ducharse”, pero nada. Está instalada. 

Al final, tras lo que parecen horas de conversación absurda, la visita decide que es momento de irse. Y tú, exhausta, intentas retomar tus estudios, pero ya no tienes ni energía ni concentración.

Me arrastro hasta la mesa para cenar, con la esperanza de encontrar un pequeño momento de paz. Y justo cuando creo que puedo relajarme un poco, siento algo. Ese algo que toda mujer reconoce al instante. 

Sí, efectivamente, me ha bajado la regla como si fueras protagonista de una película de terror de serie B. Tratas de moverte con disimulo, pero ya es demasiado tarde: la silla del comedor ha sido víctima del desastre. Y tu pareja, en su infinita torpeza, sigue preguntando: “¿Pero de verdad te veo agobiada?”.

Respiro hondo, me cambio, limpio el desastre y me preparo para poner a la bebé a dormir. La pongo en la cama conmigo para que se relaje, esperando que el calor y el olor familiar la ayuden a calmarse. Pero mi pareja, que mágicamente ahora sí tiene energía para opinar, se siente ofendido.

— Es que yo también quiero dormir y así no puedo.

Oh, perdón. No me había dado cuenta de que el bebé que acabamos de tener y que yo llevo todo el día cargando también era mi responsabilidad exclusiva. 

Pero no digo nada. 

Sonrío con aparente tranquilidad, suelto un “tranquilo, duerme” con voz serena, y siguo con lo mio. Mientras tanto, por dentro, una versión de mi misma lanza un cojín imaginario contra la pared.

Él suspira, se gira en la cama y se tapa hasta la cabeza, como si fuera el gran damnificado de la situación. Y ahí me quedas yo, con la bebé aún despierta, con la silla del comedor en la lista de bajas del día y con un trabajo que hacer para un cerebro que ya no da más de sí.

Así que, por el bien de la humanidad, hagamos un pacto: si quieres visitar a alguien que acaba de tener un bebé, pregunta antes. Y si ya estás en la puerta y te das cuenta de que has cometido un error, haz lo correcto: finge que te equivocaste de casa y huye.

Ahora voy a ver si duermo yo también, gracias por leer.

Besos indignantes.





martes, 1 de abril de 2025

Nunca está de más un buen cotilleo

 Holii,

Aquí estamos otra vez, para poquitas personas pero al pie del cañón. Así que a las que me leen, porque quieren o porque ha sido sin querer, gracias!

Hoy voy a contar una historia que es digna de culebrón. Y aunque es real como la vida misma, diremos que todo parecido con la realidad es pura coincidencia (guiño guiño)

Esto es la historia de una chica. toda una mujer de casi 40 tacos, que bajo mi parecer no está fina, y de verdad que creo que necesita ayuda.

Ella, al yo enterarse que estaba embarazada, para mí que le cogieron celos, y si empezó a inventar una historia digna de Hollywood.

Un día llegó, diciendo que le habían encontrado cáncer de útero, y os podéis imaginar con el historial que llevo yo, como me hizo reaccionar eso: "no te preocupes, para lo que necesites". Y eso se tradujo en horas y horas de charlas y consuelos. Pero a los días, el cáncer, paso a ser un quiste, y el quiste una broma con un comentario de "es que te lo crees todo".

Luego nos enteramos que todo eso, lo contó porque en realidad se había quedado embarazada, y no quería explicarlo, porque el bebé había sido fruto de una noche de pasión suelta, con un tío que había conocido por Tinder. Em fin... Y que como el tío no quería saber nada de ella, cosa que hasta cierto punto encuentro normal, porque no conoces de nada a la tía y solo la has visto para echar un polvo, pues no sabía aún si quería tenerlo o abortar.

Al final su decisión fue tenerlo. Aunque encuentro que es una decisión nada bien pensada por su parte, ya que sigue viviendo con sus padres, unos señores de más de 70 años, no sabe ahorrar y le pide dinero a las compañeras y adelantos a la jefa, día si día también, le gusta la fiesta, las drogas y el alcohol. Y a más a más, tiene un ex loquísimo de la cabeza, que la maltrataba y que ha estado en la cárcel por eso. Vamos, lo siento mucho, pero a mí parecer no son buenas condiciones para traer al mundo a un niño. Ya que siendo ahora madre, y sin ser madre, se puede ver claramente que un bebé necesita mucho más que todo esto. Que un bebé es más que un cuento Disney,  y que no es sacarlo a pasear y dar biberones, sino que es levantarte cada 3 horas, cólicos interminables, mocos, cacas.. y mucho más. Así que sabiendo que la maternidad no es para nada un camino de rosas, teniendo las condiciones que tiene ella, tendría que poner un poco de madurez por su parte... Pero en fin, cada uno en su casa sabe lo que tiene.

Pues al pasar los días, nos enteramos que se juntaba con malas compañías, que le recomendaron hacer cosas en la empresa para que mi jefa la echara, y así poder cobrar. Ya que al estar embarazada no puedes finiquitar a esa persona.

Y así fue.. la empezó a liar mucho en la empresa, al punto de llegar a robar información personal de clientes. En ese punto, a parte de ponerla en suspensión de trabajo y sueldo, recibió una denuncia por robo de datos. Y ella respondió con otra denuncia, diciendo que la querían poner de patitas a la calle, porque estaba embarazada y le hacían bullying en la empresa por la misma razón. Que ya os digo que nada que ver, lo único que quería era cobrar 30.000€ por el despido improcedente.

Ha todo este iba diciendo que el niño era muy probable que tuviera síndrome de down, y que estaba en embarazo de riesgo. 

A día de hoy, aún no me acabo de creer que este embarazada de verdad.

Mi compañera dice, que todo eso que le pasa al niño es por todo lo malo que está haciendo ella.

Aún tiene que salir la fecha de juicio, y todo el rollo, que ya sabéis que estás cosas son lentas, pero lo que no sabes, es que mi jefa tiene pruebas que lo que está diciendo es mentira.. a ver cómo termina el asunto, pero me parece tan feo y de tan mala persona que se hagan estás cosas..

Vosotras qué pensáis?

Un abrazo muy fuerte y mil besos indignantes.