Holi,
Hoy escribo con un nudo en la garganta que ni el mejor masaje de espalda me podría quitar. Porque aunque oficialmente aún estoy de baja, la ansiedad de volver al trabajo ya me hace compañía todas las mañanas. Y las noches. Y cada vez que miro a mi bebé y me doy cuenta de que el tiempo pasa a una velocidad que no pedí.
Mi niña tiene tres meses. Le doy leche de fórmula, y aunque eso me da un poquito más de margen logístico, no me hace más fácil separarme de ella. Porque fórmula o teta, el apego, la necesidad de estar juntas, las miradas que lo dicen todo… todo eso no se mide en biberones.
Y mientras intento criar a mi pequeña con amor y un mínimo de orden, también estudio Psicología a distancia, porque nunca está de más entender por qué una a veces se siente tan al borde del colapso. Y cuando termine la baja, volveré también trabajar, ah! y aún estando en casa, gestiono las redes sociales del centro donde trabajo. Lo cual me encanta, ojo. Me gusta cuidar a los demás, hacer que se relajen, sentirse bien. Pero ahora mismo, la idea de volver a poner una sonrisa mientras por dentro estoy con la cabeza en casa, pensando si mi hija ha dormido, si se ha tirado un pedito, si me echa de menos… simplemente me rompe un poquito por dentro.
Y claro, todo el mundo dice lo mismo: “No te preocupes, ya verás cómo te vendrá bien, desconectas, haces algo por ti”. ¿Por mí? ¿De verdad? ¿Sentarme ocho horas sin saber cómo está mi hija es hacer algo por mí? ¿Tener que fingir normalidad mientras mi cuerpo sigue hormonal, cansado, y mi cabeza va por la semana 6 del posparto aunque estemos en la 12? No, no me suena a planazo, la verdad.
Encima, están los mensajes contradictorios: “No te exijas, lo de casa puede esperar, haz cosas por ti”. Pero cuando entra alguien en casa y ve el comedor convertido en un chiquipark, la cocina sin barrer y las pelusas saludando desde el pasillo, me clavan esa mirada de “pobre chica, se le ha ido de las manos”. ¿Y sabéis qué? ¡Pues sí! Se me ha ido de las manos. Porque tengo una bebé de tres meses, estudios, un trabajo esperando, y ni un minuto de paz mental.
No he vuelto aún, pero ya estoy viviendo el desgarro. El de tener que dejar a tu bebé cuando todavía te huele la piel a recién nacida. Cuando su respiración es lo único que te relaja, y su sonrisa te hace olvidar por un segundo el cansancio eterno. No estoy lista. Y no sé si lo estaré en dos semanas. O en dos meses o nunca.
Pero volveré, porque hay que hacerlo. Porque el mundo sigue, las facturas no se pagan solas, y porque también soy mujer, profesional y estudiante, aunque a veces me pierda un poquito entre tantas etiquetas.
Solo quería soltarlo. Porque sé que hay más madres que sienten esto, que lloran solo de pensarlo, que se sienten culpables aunque no deberían. Y si tú eres una de ellas: no estás sola.
Gracias por leerme.
Besos de fórmula, ojeras y amor desbordado.